sexta-feira, junho 22, 2007

O sobrinho de Wittgenstein

(...)Vou para Nathal para me acalmar de Viena e, inversamente, vou para Viena para me curar de Nathal.Herdei este desassossego do meu avô materno , que teve de existir durante toda a vida com um tal desassossego a devorar-lhe os nervos e, em última análise, também a esse desassossego sucumbiu.Todos os meus antepassados estiveram possuídos de um tal desassossego e não se aguentavam muito tempo num sítio e numa cadeira.Três dias em Viena e não aguento mais, três dias em nathal e não aguento mais.Nos últimos anos de vida do meu amigo, este associou-se ao meu ritmo de viagens para cá e para lá e ía muitas vezes comigo para Nathal e voltava e vice-versa.Quando chego a Nathal pergunto a mim próprio o que é que faço em Nathal, chego a Viena e pergunto a mim próprio o que é que faço em Viena.Como noventa por cento de todas as pessoas, no fundo quero sempre estar onde não estou, estar no sítio de onde acabo de fugir.Nos últimos anos esta fatalidade agravou-se, não melhorou, e é com intervalos cada vez mais curtos que vou para Viena e regresso a Nathal e vou de Nathal para outra grande cidade, para Veneza ou Roma, e regresso, e vou para Praga e regresso.E a verdade é que apenas sou feliz quando estou sentado no carro entre o lugar que acabei de deixar e o outro para onde me dirijo, apenas sou feliz no carro e durante a viagem, mas sou o mais infeliz recém-chegado que se pode imaginar, onde quer que chegue, logo que chego sou infeliz.Sou daquelas pessoas que no fundo não suportam nenhum lugar do mundo e só são felizes entre os lugares de onde partiram e para onde se dirigem.(...)
Thomas Bernhard

terça-feira, junho 19, 2007

El desierto

Abajo las infinitas piedras del desierto, montañas de
piedras, laderas, infinitas piedras sobre desierto como
un mar. Arriba el cielo, el cielo azul que cae. Las piedras
gritan al estrellarse con el aire, con el cielo que cae.

El desierto grita. Hay un muro de cal con nombres. Hay
un muro blanco y pequeñas botellas con flores de plástico
que gritan al doblarse bajo el viento.

Un poco más lejos hay un barco. Nadie diría que puede
haber un barco en el medio del desierto. Es un barco
grande, herrumbroso, recostado encima de las piedras.
Nadie lo diría, pero está allí. El mismo cielo que cae sobre
las piedras cae sobre él. Todas las piedras gritan.

Gritan, el desierto de Chile grita. Nadie diría que esto
puede ser, pero gritan.



Hay un barco en medio del desierto. Un barco reclinado
sobre las piedras del desierto y arriba la losa a pique del
cielo. El oceano invertido del cielo cae sobre las piedras y
éstas gritan. Nadie, salvo las piedras son capaces de gritar
así. Mireya se tapa los oídos para no oír el chillido del
desierto. Chile grita, el desierto de Chile grita. Mireya
acumula pequeñas flores de plástico frente a un barco
arrumbado en el pedrerío.

Están las costas, las tercas costas sin mar trepando para
atrás sobre las olas muertas de los cerros.

Mireya dice que es la madre de Chile. Que es la madre de
un barco reclinado en medio del desierto.



De lejos parece una mancha negra, pero es un barco.
Debajo de las piedras amontonadas contra su casco
asemejan olas. Pero no son olas, son solo piedras y
gritan. Las rompientes encaramadas gritan. Está
también el sol cayendo a pique y flores de plástico
coloreadas como soles minúsculos. Está el mar del
desierto, está el mar de piedras del desierto hirviendo
frente a Chile.

Están las diminutas flores y las costas gangrenadas del
mar reseco.

Mireya les pone nombre a cada una de esas flores. Ante el
barco parecen minúsculos soles despidiéndolo.



El desierto grita, el puerto reseco grita, el mar de piedras
grita azotado por el viento. Mireya le pone flores a la
tripulación de un barco herrumbroso y negro. Cada flor
tiene un nombre y se doblan juntas como pañuelos
despidiéndolo. Mireya dice que es la madre de un barco
de desaparecidos arrumbado en el desierto. Dice que el
barco es Chile, que una vez fue un barco de vivos, pero
que ahora surca el mar de piedras con sus hijos muertos.

Las flores se doblan. Oleadas y oleadas de piedras chocan
contra los bordes de un casco herrumbroso.

Hay un puerto reseco y un barco con una tripulación de
muertos encallado en la mitad del desierto. Mireya dice
que son sus hijos. El mar de piedras grita.

Chile encalla y naufraga en el pedrerío reseco de las olas.



En las noches del desierto hay bruma, pero ahora es el sol.
Las piedras hierven bajo el sol y se clavan contra el casco
herrumbroso. Inmóvil el barco parece hundirse. Nadie
diría que un barco puede hundirse en medio del desierto,
pero se hunde. Vendrá en la noche la bruma, pero ahora
es el sol.

Hay una cruz. Hay un barco herrumbroso y negro que
naufraga sobre las piedras.

Quién diría de un país con una cruz hundiéndose en el
desierto. Quién diría de la noche sepultándose en la
mitad del día. Quién de una tumba clavada en medio del
día lleno de sol.

La noche se hunde en medio del día. Mireya dice que hay
un barco lleno de muertos hundiéndose en el desierto.



Un país de desaparecidos naufraga en el desierto. La proa
de los paisajes muertos naufraga hundiendose como la
noche en las piedras. El sol ilumina abajo una mancha
negra en el medio del día. En la distancia parecía solo
una mancha, pero es un barco sepultándose a pleno sol
con su noche en los pedregales del desierto. Si ellos callan
las piedras hablarán.

Mireya dice que todos callaron y que por eso gritan las
piedras del desierto. Que gritan, que las flores son
también pequeñas piedras gritando cuando se doblan
frente a un barco de muertos.

El barco se hunde. Las áridas rompientes se amontonan
cayendo sobre Chile y chillan, las olas chillan, el terroso
mar chilla. Mireya le pone flores a la tripulación de una
patria de muertos encallada en la mitad del desierto. Dice
que fue el silencio de todos la tumba y que por eso las
piedras gritan tapiando la nave difunta de estos paisajes.



Un mar de muertos se está hundiendo entre las piedras.
El sol a pique ilumina una noche que desciende en el
sepulcro del desierto. Está la mancha como una fosa. El
barco desciende, los paisajes muertos descienden
mientras las empedradas olas se cierran arriba
tapiándolos. Está la noche en medio del día, están las
piedras que gritan.

Está la bruma de la noche del desierto hundiéndose en
pleno día. El barco muerto se hunde bajo la bruma de las
piedras y éstas chillán. Chile naufraga y el mar reseco se
cierra cubriéndolo, se cierran las olas de piedras y gritan.

La noche herrumbrosa y negra se hunde gritando en el
desierto.

Un barco de desaparecidos se hunde y las rocas muertas
se cierran encima chillando. Mireya se tapa los oídos y
pone flores de plástico frente a la fosa de las costas
muertas, de la noche muerta, de sus hijos desaparecidos
y muertos en los océanos piedra del desierto de Atacama.



Naufraga, se hunde. El barco herrumbroso se hunde y el
desierto se cierra sobre él cubriéndolo. Se cierra y Chile
se hunde, la cornisa muerta del Pacífico se hunde, la proa
muerta de los paisajes se hunde mientras las piedras
cayéndoles encima gritan que nada está vivo, que ya
nada vive, que si uno murió por todos es que todos están
muertos.

Los arenales muertos se cierran, la tumba de los paisajes
muertos se cierra.

Las resecas olas se cierran. Mireya dice que hay un barco
en un tierral de muertos. Que está allí, que una vez hubo
un país, pero que ahora es sólo un barco tapiado bajo el
mar muerto de sus paisajes.

Dice que si uno murió por todos todos los mares muertos
son uno, las costas muertas son una, las clamantes
piedras son una y que es el silencio la roca que tapió el
sepulcro de los paisajes. Ella dice que uno murió por
todos y que por eso hasta las piedras son el cuerpo que
grita mientras se clavan las llanuras muertas sobre Chile.



Todo ha sido consumado. El casco herrumbroso y negro
desaparece en el mar de piedras. El cielo cae encima de
ellas y éstas gritan. Hay un muro blanco rayado con
nombres y flores de plástico abajo. Hay una llanura y las
rompientes resecas del cielo que caen derrumbándose
igual que un tierral de muertos sobre el sepulcro de los
paisajes. Todo ha sido consumado. Mireya dice que todo
ya ha sido consumado.

Las rugosas rompientes caen, el mar difunto cae como un
montón de tierra. Los paisajes muertos caen como mares
de tierra.

Hay un barco de desaparecidos y muertos y encima las
piedras del desierto. Hay un muro blanco de cal con
nombres y detrás el océano de tierra cayendo sobre las
últimas planicies. Mireya dice que ya todo ha sido
consumado y deja pequeñas flores de plástico sobre la
planicie del pedregral que expira, ella dice que es el último
mar y que expira.

Que son las últimas piedras sobre un barco de muertos y
que expiran. Que Chile expira. Que solitario es usted el
último grito que expira bajo el INRI final de los paisajes.



In memoriam



Hay un barco en el desierto. Quién diría que esto
puede ser, pero hay un barco herrumbroso y negro
hundido en el desierto


Raúl Zurita

sexta-feira, junho 08, 2007

Lacoste

Sobre Lacoste planea la presencia de piedras
Calcinadas voces que siglo tras siglo
Conjugan el nombre del ausente
La vida es una apariencia en los valles del Luberon
Adecuados recipientes para sus tormentas
La calma es total como la desesperación
Y el bucólico paisaje
El estado transitorio de una naturaleza
Aún no saciada hasta su punto cero
Mientras se llega crimen y déspotas de turno
Serán nuestros cotidianos compañeros de ruta
Luego no habrá nada
Más que la naturaleza espléndida y ciega
Dominada por ruinas
Indiferentes a la sangre derramada
Ante la vista de un dios dormido
Que el Marqués no logró despertar
Ni perpetuando sus perversiones
Ni probando su inexistencia en cada discurso
Año a año piedra a piedra
Crimen a piedra
Construimos las ruinosas horas
Del planeta estéril
Que anuncian los periódicos
Que tiene ya su capital petrificada
En Lacoste.

Guillermo Merino

segunda-feira, junho 04, 2007

Nocturno mar

Ni tu silencio duro cristal de dura roca,
ni el frío de la mano que me tiendes,
ni tus palabras secas, sin tiempo ni color,
ni mi nombre, ni siquiera mi nombre
que dictas como cifra desnuda de sentido;

ni la herida profunda, ni la sangre
que mana de sus labios, palpitante,
ni la distancia cada vez más fría
sábana nieve de hospital invierno
tendida entre los dos como la duda;

nada, nada podrá ser más amargo
que el mar que llevo dentro, solo y ciego,
el mar, antiguo edipo que me recorre a tientas
desde todos los siglos,
cuando mi sangre aún no era mi sangre,
cuando mi piel crecía en la piel de otro cuerpo,
cuando alguien respiraba por mí que aún no nacía.

El mar que sube mudo hasta mis labios,
el mar que me satura
con el mortal veneno que no mata
pues prolonga la vida y duele más que el dolor.
El mar que hace un trabajo lento y lento
forjando en la caverna de mi pecho
el puño airado de mi corazón.

Mar sin viento ni cielo,
sin olas, desolado,
nocturno mar sin espuma en los labios,
nocturno mar sin cólera, conforme
con lamer las paredes que lo mantienen preso
y esclavo que no rompe sus riberas
y ciego que no busca la luz que le robaron
y amante que no quiere sino su desamor.

Mar que arrastra despojos silenciosos,
olvidos olvidados y deseos,
sílabas de recuerdos y rencores,
ahogados sueños de recién nacidos,
perfiles y perfumes mutilados,
fibras de luz y náufragos cabellos.

Nocturno mar amargo
que circula en estrechos corredores
de corales arterias y raíces
y venas y medusas capilares.

Mar que teje en la sombra su tejido flotante,
con azules agujas ensartadas
con hilos nervios y tensos cordones.

Nocturno mar amargo
que humedece mi lengua con su lenta saliva,
que hace crecer mis uñas con la fuerza
de su marca oscura.

Mi oreja sigue su rumor secreto,
oigo crecer sus rocas y sus plantas
que alargan más y más sus labios dedos.

Lo llevo en mí como un remordimiento,
pecado ajeno y sueño misterioso
y lo arrullo y lo duermo
y lo escondo y lo cuido y le guardo el secreto.


Xavier Villaurrutia
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