sábado, setembro 03, 2005

Managua hasta Diciembre de 1972 -Éxodo

La noche estaba como el día cuando empezó el naufragio de la ciudad.
El horrendo cataclismo bramando sobre la tierra vencida.
Las toneladas de cemento chocando bajo el cielo estrellado.
Las casas desparramándose. Los cuerpos entre los escombros.
La polvareda de los escombros subiendo como neblina.
Los sobrevivientes corriendo a los sitios abiertos,
cubriéndose con sábanas como sudarios.
Desde la plaza veíamos la pira inmensa de la ciudad
y la sorda agonía de sus edificios desplomándose.

A la madrugada el sismo azotó otra vez el casco desmantelado.
Bajo el cielo chisporroteaban las llamas
y la hoguera crecía con el viento helado.
Toda la noche aullaron las ambulancias.
Al amanecer, los helicópteros volaron la zona del desastre
y mostró sus heridas humeantes la ciudad descuartizada.
Comenzó el éxodo de la ciudad.
La caravana interminable, sin rumbo, sin destino,
con el alma aplastada rescatando sus muertos
y arrastrando sus restos.
En los caminos y en las carreteras asfaltadas,
mujeres, hombres, niños en camiones, en tractores,
en carretas, en bicicletas, a pie, a caballo.
Toda la noche anduvo la caravana interminable…
Y amaneció y volvió a amanecer y hasta el séptimo día seguía
la masa de refugiados, de desgraciados, de desamparados.

Las ciudades vecinas se atestaron
y los caminos se poblaron bajo los árboles.
La guardia nacional sitió la ciudad
porque las turbas asaltaban y sequeaban.
Managua quedó íngrima.
Sólo el viento levantando polvaredas y arrastrando hojas secas.
Pasaban volando los papeles sobre las ruinas de las casas.
Al amanecer del segundo día comenzó la ayuda internacional.
El mundo entero se hizo “Presente”.
Llegaron carpas, medicinas y hospitales ambulantes;
incineraron los cadáveres; los tractores rugían día y noche
sobre las ruinas abandonadas.

Julio Centeno Gómez
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