Piensa en mi
Si tienes un hondo penar
piensa en mí;
si tienes ganas de llorar
piensa en mí.
Ya ves que venero
tu imagen divina,
tu párvula boca
que siendo tan niña,
me enseñó a besar.
Piensa en mí
cuando beses,
cuando llores
también piensa en mí.
Cuando quieras
quitarme la vida,
no la quiero para nada,
para nada me sirve sin ti.
Agustín Lara
(cantado por Chavela Vargas)
piensa en mí;
si tienes ganas de llorar
piensa en mí.
Ya ves que venero
tu imagen divina,
tu párvula boca
que siendo tan niña,
me enseñó a besar.
Piensa en mí
cuando beses,
cuando llores
también piensa en mí.
Cuando quieras
quitarme la vida,
no la quiero para nada,
para nada me sirve sin ti.
Agustín Lara
(cantado por Chavela Vargas)
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El auge de Chabela Vargas en México se produjo en la primera mitad de la década de 1960, en la atmósfera bohemia de los clubes frecuentados por los patriarcas culturales de la intelligentsia mexicana y por quienes lo serían en el futuro.
Al mismo tiempo que la idolatraban por su apasionada interpretación de las canciones populares mexicanas y latinoamericanas, su comportamiento ostensiblemente homosexual la convertía en objeto de escándalo y censura. Abundan las anécdotas acerca de sus extravagantes "entradas en escena" en motocicleta o automóviles deportivos y de su descarado coqueteo con las mujeres del público. Finalmente, acabó en las lista negra por su "conducta obscena".
En 1993, a la edad de 74 años, Chabela Vargas culminaba su carrera con "el Chavelazo", como se denominó a su segunda aparición en España, y en la que se ganó la idolatría de una tercera generación de admiradores: "Dejó al público gozosamente traspuesto, con el pulso desmayado y en estado catártico" como escribió ABC.
Durante la gira, que comprendía siete recitales, grabó dos álbumes e hizo la escena picaresca con el director gay Pedro Almodóvar, cuya estética cinematográfica suele incorporar canciones populares mexicanas. Las noticias de la gira en la prensa española encendieron las ávidas fantasías femeninas, contribuyendo a la imaginativa recreación de la persona escénica de Chabela. Impávida ante el castigo que recibiera por la descarada ostentación de su sexualidad en la década de 1960, Chabela inauguró el recital de Madrid con un picante double entendre, declarando su incansable dedicación a las pasiones "musicales": "Cuando a uno le gusta algo, debe practicarlo toda la noche."
En su calidad de lesbiana públicamente identificada y por el estilo de sus actuaciones, Chabela Vargas crea un espacio dentro de la música popular latinoamericana y mexicana para una lectura lesbiana y latino-norteamericana.
Chabela Vargas me permite participar de maneras diversas en una forma de la cultura popular que es entrañable, dada la respuesta afectiva y el placer que suscita, y al mismo tiempo alienante, teniendo en cuenta la (hetero)sexualidad de sus letras y la heterosexualidad de los espacios públicos donde se llevan a cabo sus "bailes". Debido a su condición sexual de lesbiana, Chabela Vargas se apropia o desestabiliza muchas de las posiciones referentes al género en las canciones populares mexicanas, y a la vez pone de manifiesto hasta qué punto resulta imposible concebir identidades y deseos chicanos/mexicanos de naturaleza lesbiana, fuera de estas imágenes culturalmente específicas de hombres y mujeres, de masculinidad y femineidad.
Aunque las lesbianas latinas siempre han desplegado sus propias estrategias para adueñarse de las canciones favoritas que responden a sus fantasías favoritas, Chabela Vargas, como lesbiana públicamente identificada, crea dentro de la música popular mexicana lo que Emma Pérez denomina "un sitio" para mí, un espacio para mi subjetividad, deseo y sexualidad de índole lesbiana y mestiza. Las grabaciones, fotografías y representaciones de Vargas, que no han dejado de circular entre las latinas de Estados Unidos, produjeron, por así decirlo, el empalme mítico de la historia oral y las imágenes lesbianas con la cultura popular mexicana. La alegría creadora y el desenfado de estos relatos me interesan más que su "veracidad" o "exactitud" en un sentido histórico y convencional.
Chabela Vargas ha grabado más de ochenta álbumes. Lo que me propongo aquí es limitarme a la lectura de cuatro de ellos pertenecientes a Orfeón, en los cuales la transformación de la cantante en un bien de consumo está signada por la ambivalencia y la contradicción. En las notas que acompañan las fotografías de la cubierta, Orfeón parece ansioso por reconciliar dos aspectos radicalmente antagónicos en la presentación de Chabela Vargas: su "diferencia" y su condición emblemática de "la intérprete más simbólica" del alma mexicana sentimental. Incluso miradas superficialmente, las imágenes de Chabela que aparecen en la cubierta de estos discos establecen un hecho incontrovertible: hembra no es.
Chabela no lleva vestido ni falda en ninguna de las cuatro fotografías. En su primer álbum, Noche bohemia, usa el traje que muchos adoptaron en los escenarios asociados con el movimiento folklórico, fuera del circuito comercial: el poncho y los huaraches de los indios mexicanos, en lugar del atuendo femenino correspondiente. La estrategia de comercialización también apela aquí a cuantos buscan algo "raro" o "distinto", codificado conforme al "ambiente nocturno y bohemia" de los clubes. Las notas sobre Noche bohemia llaman la atención sobre las faz y la apostura de Chabela: "Una mujer" de rostro intensamente interesante, muy hierático, pero lleno de vida tras su máscara de aparente indiferencia."
En el segundo álbum Hacia la vida, la imagen de macha está dada por el corte de pelo, la blusa color azul y, especialmente, por cierta manera de sostener el cigarrillo, característica del repertorio de autoestilización de la macha y que alude a sus aptitudes eróticas. En la fotografía, su oscuridad de macha captura, al mismo tiempo, mi deseo de hembra mestiza. El consumo de esta imagen proporciona, tanto a las machas como a las hembras, lo que Valerie Traub denomina "identificaciones eróticas", o sea un sentido del yo en cuanto sujeto u objeto erótico. Las notas de la cubierta que se refieren a su "fuerte" personalidad" y a que sólo "vive para el público" son irónicas en grado sumo, si se las interpreta a la luz de las anécdotas que mencioné antes respecto de su actuación escénica tradicional.
La imagen del tercer álbum alimenta muchas fantasías: un primer plano de su rostro y su mano, con la blusa abotonada hasta la garganta, de modo que la piel no es visible. La foto, que bien podría aparecer en un paquete de cigarrillos, la identifica con la cultura del tabaco que impregna la música popular mexicana y su comercialización. El significante erótico del cigarrillo está acompañado aquí por las uñas en extremo cortas. Su mano descansa en la guitarra, tradicionalmente el cuerpo sexualizado de la mujer, cuyas cuerdas vibran bajo los dedos del amante heterosexual. Tomadas en conjunto, las uñas cortas y la proximidad de la guitarra equivalen a un anuncio erótico de la competencia sexual de la macha. Orfeón hace explícita la estrategia de venta del segundo álbum: lo que es único y extraño también puede ser "exclusivo", accesible sólo a "aquellos privilegiados que saben apreciar el estilo único y extraño" de Chabela Vargas.
En La original Chabela Vargas, de comienzos de la década de 1970, ella adquiere la estatura de un verdadero monumento latinoamericano gracias al enfoque de la cámara - la barbilla y el rostro en alto - y a la ruana roja de estilo peruano que cubre su cuerpo. Esta es la fuerte y hermosa Chabela que vemos en las fotografías de la prensa española, veinte años más tarde. Sin embargo, el énfasis puesto en su estilo único no concuerda del todo con la tendencia "monumentalizadora" que observamos en su presentación como intérprete "del más profundo y arraigado sentimiento del pueblo". Las notas de cubierta explican la "extrañeza" del estilo de Chabela Vargas en función de su voz y sus idiosincrásicas interpretaciones, si bien se espera que "ciertos" lectores lean entre líneas su "otra" diferencia. Chabela Vargas usa su voz y su cuerpo para expresar los deseos y anhelos lesbianos marginados, el dar y tomar sexual, la delicia y el sufrimiento, la seducción y el rechazo. Esta inquietante, codificada pero innegable relación entre sus interpretaciones y su corporalidad (su cuerpo es la única técnica vocal para infundir emoción a las canciones durante la actuación), debe volver cómodamente al reino de la interpretación y la escritura musical. La llamativa mezcla de Chabela Vargas como "estampa de México" y como macha, el sujeto que desea, es bastante satisfactoria pues incluye la subjetividad sexual dentro de la definición de cuanto se considera auténticamente mexicano.
"Ponme la mano aquí"
Ciertamente muchas de sus canciones son susceptibles de lecturas lesbianas debido a la ausencia de pronombres del género. Es precisamente en el juego de los pronombres donde se producen las apropiaciones más radicales. Los pronombres son la clave para excluir o incluir a ciertos oyentes. Las interpretaciones más transgresoras de Chabela Vargas son aquellas en las cuales, o bien no se alude al género del sujeto en el texto, o bien se los identifica como masculino, en tanto que el objeto del deseo es femenino. Puesto que esas canciones son tradicionalmente interpretadas por hombres, Chabela Vargas envuelve los textos con una suerte de disfraz musical femenino, escribiendo/hablando/cantando el deseo sexual mediante la apropiación, por parte de la macha, de la posición activa y heterosexual del sujeto masculino. Tales textos, donde "ella" es el objeto del deseo, permiten lecturas lesbianas y heterosexuales masculinas, pero limitan la identificación femenina y masculina gay. A manera de ilustración, propongo un texto que alude a un encuentro erótico nocturno: "Macorina"
"Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí", constituye el insistente refrán. Desde luego, la respuesta a la pregunta "¿dónde?" depende del cuerpo del sujeto hablante/cantante, sea varón heterosexual o macha lesbiana. Durante su interpretación, Chabela solía mirar fijamente a una mujer del público, poniendo la mano en su propia entrepierna mientras cantaba el refrán. El texto de la canción le da una carga sumamente erótica a esta exigencia de un espacio para el cuerpo femenino/sexual lesbiano dentro de la música popular mexicana. Las imágenes sensuales de los frutos tropicales y de la caña de azúcar, que asocian el cuerpo femenino con ciertos sabores, formas y olores, son arrojadas definitivamente al ámbito de los sexual por la referencia a las cañas azucareras que se recuestan sobre el camino para que ella las muela. La canción logra en parte ingresar a ese ámbito gracias al vínculo entre la relación sexual y el baile (las alusiones a "aquel danzón"). El voluptuoso inventario del cuerpo femenino con sus movimientos, fragancias y sabores maduros produce una gran cantidad de calor.
Sólo escuchando a Chabela es posible entender cómo se articula el cuerpo (incluyendo su voz) con la intensidad del registro emocional, el deseo lesbiano y el estilo erótico. Desde el punto de vista musical, su iconoclasia reside en los contrastes extremos de tempo y volumen y en un dominio sorprendente de todo el espectro de la voz humana: suspiros, quejidos gruñidos, risas, gritos y murmullos de deseo. Esos inesperados arranques crean un efecto de exceso que rompe el nivel convencional de las letras, abriendo la música, por así decir, a otras lecturas y otros placeres.
La música de Chabela me ha visto en los buenos y en los malos tiempos, y por esa dádiva yo le rindo homenaje. A través de los auriculares, entre mis amantes femeninas y en mis fantasías, Chabela ha logrado que el tan querido repertorio de la música mexicana y latinoamericana sea únicamente mío.
Yvonne Yarbro-Bejarano es Profesora Asociada de Español en la Universidad de Stanford , especializada en estudios de sexualidad en la literatura y cultura mexicana y latina-estadouniense.
La presente es una versión editada de su artículo publicado en "Sexo y sexualidades en América Latina", compilado por Daniel Balderston y Donna J. Guy, Paidós, Buenos Aires, Barcelona, México.
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